Cuando hablamos del vino de Argentina, normalmente es del Malbec, que se ha convertido en un habitual de las tiendas de vinos y restaurantes de todo el mundo. Este exitoso protagonismo eclipsa al resto de variedades, relegándolas a un segundo plano.
Puede parecer irónico que la fortaleza vinícola mundial de Argentina se deba precisamente a la amplia gama de variedades cultivadas en su territorio, resultado de las oleadas de inmigrantes provenientes de Italia, Francia y España, que además de Malbec, trajeron consigo Syrah, Tempranillo, Cabernet Sauvignon, Sangiovese y Chardonnay, entre otras variedades.
Desde la década de los 90, se evidencian cambios y mejoras generalizadas en las bodegas argentinas. Se han revisado, cartografiado y estudiado los viñedos con el fin de determinar el tipo adecuado de viticultura a aplicar. Merece la pena destacar las recientes inversiones en el desarrollo de nuevos viñedos en zonas frías, con la intención de prolongar el proceso de maduración y mejorar la calidad de la variedad. Así mismo, son notables los esfuerzos centrados en potenciar la regionalidad.
Mendoza es el corazón del vino de argentina. Como curiosidad, Mendoza está situada a la misma distancia del ecuador que Bagdad, puro desierto, sin embargo, debido a su altitud en las laderas de los Andes, sus temperaturas nocturnas son bajísimas, lo que favorece la fotosíntesis de las plantas. En Mendoza casi no llueve, pero a veces sufren tormentas de granizo que, si se dan a finales del verano, pueden llegar a destruir toda la cosecha. Argentina es un gran país capaz de ofrecer vinos de calidad en toda la diversidad de su vasto territorio, desde la áreas situadas a mayor altitud, hasta la profundidad de los valles, cuyos grandes volúmenes no están reñidos con su magnífica calidad.
Trapiche, fundada en 1883, es una de las bodegas más antiguas de Argentina y en la actualidad, es el grupo bodeguero más grande en el país, líder y ejemplo de la evolución de Argentina como productor, destacando tanto por la calidad como la diversidad de sus vinos.
En el sur de la Patagonia, en el Río Negro, bodegas como Humberto Canales destacan por su excelente producción de Pinot Noir y Cabernet Franc, variedades que se dan bien en estas condiciones más frías, y cuyos viñedos aprovechan el agua de deshielo de los Andes.
En dirección noroeste, a unos increíbles 3.000m de altitud se encuentran los viñedos de la provincia de Salta, donde se cultiva el Torrontés, una variedad blanca poco conocida fuera de Argentina, con la que se producen unos vinos deliciosos, frescos, aromáticos y afrutados, con similitudes al Moscatel joven. El Torrontés es el compañero inevitable del Malbec en las listas de vino de todo el mundo. Uno de mis favoritos es Don David Torrontés de El Esteco, bodega fundada por dos emigrantes franceses, David y Salvador Michel, en el año 1892. Sus 1.000 ha. de viñedos se sitúan a una altitud de 1.800 metros y producen vinos de gran concentración aromática con una boca bien definida.
Argentina es una fuente muy rica y variada en la producción de vinos que no dejará de sorprendernos en el futuro.
Imagen – Bodega El Esteco, Salta, Argentina