Cuando ya hemos “observado” y “olido” el vino, el momento crucial llega al probarlo y debemos tratar de averiguar si todos esos aromas están ahí. Nuestro paladar es capaz de identificar las diferentes características del vino: la sequedad (seco, semi-seco o dulce), el cuerpo o estructura (ligero, medio o con mucho cuerpo), la acidez (baja, moderada o alta) y, con vinos tintos, los taninos (suave, seco o muy seco). Las notas amargas o ácidas del vino, si están equilibradas con el resto de los elementos anteriores de manera armónica, se disipan o persisten durante un tiempo. Todo esto ocurre en nuestro paladar.
Desarrollar un paladar para saber catar un vino requiere práctica probando muchos vinos diferentes. Nosotros no partimos con un paladar educado para ello, esto vendrá con el tiempo cuando nos acostumbremos a las sutilezas y matices de las diferentes variedades de uvas y estilos de vino, a la vez que vamos desarrollando nuestras propias preferencias.
La mayoría de la gente comienza su “viaje” de descubrir el vino con vinos dulces. Puede ser un Lambrusco espumoso semi-dulce o un Moscatel semi-dulce o uno dulce como el Sauternes. Este dulzor hace que el vino parezca suave, y los sabores afrutados hacen que sean unos vinos más fáciles de beber. Alguno de estos vinos tienen una mayor complejidad de la que podemos apreciar al principio, como el Sauternes, y los disfrutaremos mucho más cuando los volvamos a degustar.
El siguiente paso en el camino es descubrir los vinos particularmente afrutados. Son de ese tipo de vinos un Merlot joven, o un Garnacha o un Chardonnay sin roble. Son vinos llenos de sabores de frutas dulces y son muy fáciles de identificar y de disfrutar. A pesar de que los sabores de frutas maduras les aportan la sensación de dulzor, estos vinos son generalmente secos. Es perfectamente adecuado pedir un vino que es seco pero con sabores de frutas maduras.
En este punto del trayecto, quizá quieras introducir algún vino espumoso seco como puede ser el Prosecco, del norte de Italia, que tiene sabores de frutas de hueso blanco y pera.
Yendo más allá, encontraremos que nuestro paladar acepta vinos de mayor complejidad, vinos que han sido envejecidos en barrica de roble, y tienen más cuerpo que los vinos afrutados más ligeros. Estos vinos tienen sabores como la vainilla, el roble tostado y las especias, a la vez que los sabores de fruta de cada uva en particular. Son ejemplo de este tipo de vino un Rioja Reserva, un Chianti Classico de la Toscana, un Shiraz de McLaren Vale en Australia o un Pinotage de Sudáfrica. Más potencia y más sabores para descubrir.
La siguiente fase es para aquellos bebedores de vino más experimentados, que buscan la elegancia y los matices. Vinos como un Pinot Noir de Nueva Zelanda (cultivado en clima fresco), un Gamay de Beaujolais en Francia, un Cabernet Franc del Valle del Loira, un Gruner Veltliner de Austria, un Godello de Valdeorras o un elegante Pouilly Fume de Francia.
No te olvides de los espumosos. Un Champagne o un buen Cava tienen matices de pan, de levadura que puede que no te hubiesen gustado al principio de este camino acerca del vino, pero que seguro que ahora que es más experimentado, los apreciará tu paladar.
¿Y tu, en qué etapa estás en tu andadura por el mundo del vino?
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